¡Zás! El viento arrancó una rama del árbol bajo el que
se sentaba Carolina. Pero esto no impidió a la pequeña seguir abrazando entre
llantos a un arcaico y rugoso roble, donde en las más altas de sus ramas se
podía observar en sus días más soleados cada color, cada gesto, cada insignificante detalle para que
Carolina formara un inmenso mundo de fantasía e imaginación.
Mientras las lágrimas incontroladas brotaban de sus
mejillas, una multitud de gigantescos monstruos creados por tornillos, tuercas
y un espeso humo negro se dirigían hacia el bosque para intentar destruir, no
sólo a la naturaleza, sino al
único y verdadero amor de Carolina.
Se aferraba cada vez más y más a esa textura áspera
mientras que su cuerpo se iba quedando sin movilidad. En ese momento Carolina se
sintió libre, respiraba un aire diferente, su corazón latía con fuerza,
apreciaba cómo ambos cuerpos se entrelazaban para acogerse y en ese momento, el
roble y ella se unieron para formar uno solo.
Texto: Elena Pozo Vinuesa (14 años)
Muy buen texto, Elena. Esa idea de "gigantescos monstruos" acercándose es muy buena y acertada, sobre todo porque justifica ese final de fusión de ambos cuerpos. Genial.
ResponderEliminarTexto maduro, con idea mágica final. Me gusta también mucho la imagen está muy acertada.
ResponderEliminarUna historia emotiva relatada con precisión y un estilo que va siendo cada día más definido.
ResponderEliminarProsa poética, sólida y sugerente.
Muy buen texto. Enhorabuena, Elena