25 marzo 2012

No hay más puertas.


Estaba todo oscuro. Aquel lugar era húmedo y a penas corría una brisa. Sentía cómo el frío cortaba la piel de mis labios. Fui levantándome poco a poco. Estaba descalza, con un trapo por vestido y comenzaba a sentir el pánico en mis huesos. Presentía que esto no iba a ser una broma que acabaría en un simple mal recuerdo. El terror me paralizaba, no notaba parte alguna de mi cuerpo, solo el corazón, que daba con fuerza sus latidos más angustiosos.

     Pasó mucho tiempo hasta que comencé a ser consciente de lo que a mi al rededor sucedía. Seguía sin poder ver nada. Como estaba apoyada en una pared supuse que me encontraba en una habitación. Comencé a caminar arrastrando mis manos sobre ésta en busca de alguna salida pero mis dedos apenas notaban la presencia de la pared. Se me ocurrió calentarlos uno por uno en mi boca y volví a recorrer la habitación en busca de una salida. Esta segunda vez tuve más suerte. Crucé los dedos de la mano con la que no sujetaba el pomo y giré la otra con la esperanza de que la puerta se abriera. 

     Sin embargo, tras esa puerta no se encontraba lo que yo tanto ansiaba, una escapatoria. Había entrado en otra habitación y tras mi espalda se desvanecía la puerta que acababa de cruzar. Me encontraba en un lugar sin fin, el suelo se extendía bajo mis pies sin encontrar un lugar donde terminar. Ahora estaba confusa, no comprendía qué estaba pasando y lo único que se me ocurrió era que todo esto formaba parte de uno de mis sueños, me tumbé y esperé. El tiempo pasaba y cada vez estaba más segura de que no me despertaría. De repente un calor abrasador cubrió todo mi cuerpo. Notaba las gotas de sudor descendiendo por mi rostro. El suelo comenzaba a quemar y cada vez ardía más. Mis pies descalzos comenzaron a correr para no quemarse. Pronto divisé otra puerta, pero cada vez que la creía cerca, volvía a ver una distancia inmensa hasta ella. En un último intento eché a correr sin apenas coger aire y esta vez logré llegar hasta ella.

     Estaba tirada en el suelo, la puerta, tras yo haberla cruzado, se había desvanecido igual que la otra. Intentaba recuperar el aliento pero la velocidad a la que iban mis pulmones  me impedía coger una bocanada de aire. Mi corazón latía con tanta fuerza que sentía cómo atravesaba mi pecho con cada latido. Mis pies carecían de piel y la sangre  fluía sobre ellos. Sólo tenía ganas de terminar con aquel sufrimiento.  

    Cuando alcé la mirada, me percaté de que no estaba sola. Contemplé cómo una larga fila de personas se extendía tras un río. Me levanté y comencé a caminar junto a la cola. El rostro de esas personas no tenía vida, estaba lleno de tristeza, de repente todas las miradas se dirigieron a mi. 

    ¡Estaban muertos! 
    
    Comenzaron a señalarme y a gritarme. Me apuntaban con sus dedos putrefactos y consumidos tras su muerte. Volvía a tener esa sensación de pánico en todo el cuerpo. Uno de ellos se acercó y me dijo: 

         –¡Ponte en la cola si tienes dinero, si no, ya puedes ir acostumbrándote a este mundo!, no todos tienen la suerte que tu has tenido.

     Yo seguía sin entender nada así que le pregunté:

         –¿Dónde estoy?
     
     El hombre se echó a reír bufándose de mi ignorancia:

         –Estás en el inframundo. Habías ido al infierno y te acaban de dar una segunda oportunidad, aprovéchala.

Texto: Silvia Izquierdo

24 marzo 2012

¿Por qué es tan difícil?


Seguramente a más de uno le ha pasado pero yo lo contaré desde mi propia experiencia. Todo empieza en el jardín de infancia, haces tus primeras amistades que sabes que van a durar para toda la vida. Piensas que nunca conocerás a alguien que encaje tan bien contigo, encuentras esa parte tan importante de tu corazón y poco a poco os hacéis más amigos y dices: Nada puede ir mejor.
Van pasando los años y llega el día de empezar a ir al colegio, tu amistad pasa, de compartir buenos momentos todo el día, a almorzar juntos, a estar esas tardes divertidas, y piensas: ¡ahora sí que nada puede ir mejor!
Cuando llegas a primaria, te das cuenta de que, también ese afecto que sientes desde pequeño pero que no te habías dado cuenta por fin recapacitas y lo admites: Ese me gusta.
A medida que avanza este ciclo, en el que todo el mundo comparte amores sin sentido, no te separas de él pero lo mejor es que no paráis de intercambiar sonrisas, era todo lo que yo necesitaba para estar feliz durante todo el día. Por cada gesto que hace, piensas que es una señal de que te quiere, como cuando en clase hablan del amor y os miráis: bueno, a ver, ten presente que es mi experiencia.
Al llegar a sexto de primaria piensas, ¿por qué es tan difícil de olvidar? Encima no solo es eso, es que cada vez te gusta más, es algo que no se puede evitar, y cada vez los años se hacen más largos, además de verlo todos los días se empieza a colar en tus sueños, ¡parece que lo hace adrede!
Cuando llegas a primero las cosas cambian, porque os aseguro que lo que piensas ahora no es un eres guapo y encantador, me gustas, eres mi mejor amigo, sino que por fin, te das cuenta de que nada te puede parar, algo tan fuerte que no sabías que existía te mata desde dentro, por fin descubres que lo que pasa es que te has enamorado. El problema es: ¿Él siente lo mismo? ¿Es un amor imposible? ¿Somos capaces de dar un paso más? Hasta te planteas olvidarlo y tras varios intentos descubres que lo que haces no tiene sentido, utilices el método que utilices, ya es imposible.
Todo lo que pasa se convierte en una duda, hasta intentas recordar el por qué de todo esto, lo fácil que era antes ir a saludarlo y jugar con él un rato… Piensas que si te acercas interpretará como que le gustas y la relación cambiará, pero… ¿Por qué no te dice algo sobre ese tema?, tampoco es tan difícil mandar una señal, ¡es una necesidad para quitar de en medio esa desesperación!
Pero cuando has pasado tanto tiempo así, viéndole el doble sentido a las cosas y madurando, esperas alguna señal y depende de cómo sea tu película, tiene un final feliz o no. En mi caso,  ya se han recibido señales por parte de él,  pero el problema que me planteo ahora es: ¿cómo le mando yo las mías?

Texto: Isabel Izquierdo.

23 marzo 2012

Aun sigo aquí.


Aun sigo aquí después de aquel accidente en la playa de California. Fue así:
   Estaba en la playa más conocida de mi país, hasta que se me ocurrió la estúpida idea de bañarme, entraba lentamente y localizaba una sombra a unos tres metros de mí, ¿sabéis que era? Un tiburón que perseguía a un pescado que  intentaba alejarse de semejante monstruo lo más rápido que le permitían sus pequeños aleteos.
   Corría hacia mí. Sin que yo me diera cuenta, el saltó, y me mordió en la extremidad superior derecha, intenté deshacerme de él pero cada vez sus dientes apretaban con más fuerza. Fue tan fuerte la mordedura que me quedé inconsciente. Cuando  desperté creía que era una pesadilla pero estaba equivocado, destapé las sábanas, observé muchas mordiscos y desgarres que ese animal  había hecho en mi cuerpo.
   Al día siguiente mis padres me visitaron y charlaron conmigo:
–¿Hijo, aún sigues vivo? –susurró mi madre aterrada por las heridas graves. Ese tiburón casi te devora por completo, espero que te den el alta lo más pronto posible.
–Lo único que recuerdo es que ese bicho me intentó llevar mar adentro lo más rápido que podía, no lo consiguió.
–Por cierto he traído el periódico de hoy en el que hay una cosa que te gustará-dijo mi padre
–¿Han acabado con él?- pregunté.
–Se acabó la terrorífica amenaza. No volverá a dañar a ningún otro– se alegró mi padre.
–Por fin volveré a dormir tranquilo.
Texto: Víctor Domínguez.

22 marzo 2012

Donde el conejo ríe.


Hacía unos pocos días que había llegado a este raro país y ya conozco a algunos de sus extraños y lúdicos habitantes. Yo, quería saber más sobre este sitio, deseaba descubrír todos sus secretos.
Querida,-empezó Dupre-has caído en un mundo de chalados, el último lugar donde alguien quisiera acabar, hay que estar muy tarado para pensar quedarse aquí, tan loco como yo. ¿Estas segura que es tu decisión?

Lo más fácil sería volver al mundo real, pero eso si que sería de locos, ¿quién regresaría a esa tierra de hipócritas y codiciosos por el poder? Comparado, se esta muy bien aquí. Lo bueno de este lugar, es que es muy divertido, nunca sabes que va a pasar, por ejemplo: el día y la noche no tienen hora fija, ahora mismo podría volverse de noche. Lo malo, es que tiene razón, es un mundo de tarados, están armados hasta los dientes, no se por qué, es algo que quiero descubrir. Otro ejemplo, un simple objeto, como el bastón que lleva él, se convierte en una pistola. Pero toda decisión tiene sus pros y contras, si todo fuera hermoso seria  un simple sueño. Solo tendría una oportunidad para dar mi respuesta, ¿cuál sería?
-La que estaría mal yéndose de este maravilloso mundo sería yo y, como tu has dicho, hay que estar muy loco para quedarse aquí, ¿entiendes? -Le contesté.
Dupre se quedó extrañado, lo más seguro por mi extraña respuesta, estaría pensando que yo me quería ir. Así que seguí:
-Mira, te diré un secreto, estás completamente loco, pero sabes, las mejores personas lo están.

Creo que eso le tranquilizó algo, porque me dio una sonrisa. Este sitio era más de lo que podía desear, no me quedaba nada importante en el mundo de arriba, mi hermana había fallecido y mis padres hacía ya un par de años, nadie estaría buscándome, pero aquí, ya había hecho buenos amigos  y se me haría muy difícil separarme de ellos, esta sería la mejor opción. Como he dicho antes, si todo fuera hermoso sería un simple sueño, pero este mundo no es uno, y si lo fuera, sería lo contrario, una pesadilla. Si no consigues adaptarte a este reino nada más llegar, podrías morir en menos de una semana. Yo, Alicia, empezare mi vida de cero, mi aventura, en este reino de maravillas y temores, en Wonderful Wonder World, pero hoy solo me preocuparé de pasarlo en grande con mi compañero el Sombrerero, Blood Dupre.

Texto: Talía Rodríguez

21 marzo 2012

El plan de huída.


–Ja, ja, ja! –Se rió mi padre.
Me desperté sobresaltada.
Salí de la cama y fui a la cocina donde mi padre se reía a carcajadas con esa peculiar risota que a cualquiera le amargaba el día.
Entré en la cocina y allí estaba mi madre roja como un tomate, con su delantal verde y amarillo y algo a su lado que yo no podía divisar ya que mi hermano Jimmy,  lo tapaba, y al lado estaba mi padre tronchándose de risa y señalando lo que yo no podía ver.
–¡Eso lo llevarás a casa de la tía Margaret!, ¡por dios, pensé que no eras así de tonta sabiendo que tu tía no toleraría ese pastel bajo ningún concepto!- Saltó mi padre.
–¡Basta! –Grité subiéndome la sangre a la cabeza.
Ojalá que se fuera ya de casa mi padre, ojalá nos dejara en paz, si no fuera porque si nos separamos de él nos vamos a la ruina sin dinero, sin comida y sin un techo donde vivir, ya nos hubiéramos ido de la vista de ese hombre al que tanto yo odiaba.
–¡Basta ya! –Exploté.
Un silencio amargo se apoderó de la cocina, aquella sala de un color marrón caca que tanto odiaba con aquellas experiencias con el rodillo y la masa para hacer los pasteles.
Después de un rato mi padre anunció:
–Me voy a trabajar al campo, hay mucho trabajo en el campo, Margaret, llegaré tarde del campo, seguramente por la noche- Hizo una reverencia a mi madre y se fue.
Era lunes 1 de julio de 1984, yo tenía 17 años y al año siguiente alcanzaría la mayoría de edad. Yo querría irme con Harry, el mayor de mis hermanos varones que eran cinco, que también tenía 17 años, al año siguiente a la universidad de Londres, pero mi madre insistía en que no porque tenía que mantener a una familia ya que ella estaba mayor.
Mi madre se echó a llorar a lágrima viva, se abrazó a mi cuello y entonces pude ver una masa de pastel partida a la mitad.
Entraron mis hermanos por la puerta de la cocina con caras de preocupación y vieron el panorama.
Harry dijo:
–No aguanto más, nos vamos a Londres, encontraré unas habitaciones en un hotel y unos carruajes para irnos a Londres.
Todos asentimos y dije:
–James, Bilie, Erik, Davis y mamá, recoged todo lo de vuestra habitación, Harry, tu haz lo que nos has propuesto y yo le escribiré una carta a papá.
Tres horas después estábamos todos en los carruajes camino de Londres.
Por fin estábamos libres de un marginador, "empezaremos una vida desde cero", pensaba yo una y otra vez.

Texto: Paloma Martínez

20 marzo 2012

Los ojos eternos.


Roma, 16 de enero de1864. 
Una fecha maldita en la que mis recuerdos más oscuros reviven. Todo ocurrió ese día. 
Un paseo por el Coliseo fue el comienzo de aquel largo e interminable camino que me conduciría a un final tan trágico. Recuerdo estar contemplando a toda esa gente paseando. 
Yo, a mis quince años de edad, salía todas las mañanas a contemplar el paisaje de aquel gigantesco monumento romano. Un día, algo me desvió de mi habitual recorrido por la ciudad. Un chico, especialmente guapo y de aproximadamente veinticinco años me invito a dar una vuelta y yo accedí. 
Pasaron las horas y cada vez más amigos de aquel extraño chico nos seguían. Empezaron a insultarme. Todos menos él. Ya era de noche cuando le dije que esperara en una esquina para que me dejase llamar a mi madre. Los pitidos del teléfono se hacían interminables. No contestaba. 
Me giré para decirle que esperase un minuto más y, para mi sorpresa, había desaparecido. Estaba aterrorizada. De mis ojos salían unas lágrimas que se deslizaban por mis pálidas mejillas hasta llegar a mis morados y fríos labios. No había nadie. Mi mano se caía, dejando el teléfono de la cabina descolgado mientras se oían una y otra vez los terribles timbres que acababan en un contestador.
Todo estaba oscuro. Solo se podían divisar unas sombras a lo lejos. Pero mi valentía no llegaba a tanto como para dirigirme a ellas. Caminé de espaldas, sin rumbo. Un charco de barro hizo que resbalara y cayera justo dentro de él. La sangre se me heló. Intenté levantarme sin caerme de nuevo, pero mis temblores de pánico eran tan grandes que mis piernas se resistieron. Al final, lo conseguí. Corrí. Llegué a un parque donde la luz de una farola parpadeaba. 
“No puedo más”, pensé. Pero eso no arreglaba nada. Impuse mi mano sobre aquella farola y supliqué para que el único brote de luz no se apagase y me dejase en las tinieblas. Los columpios se empezaron a mover y un chirrido insoportable recorrió mi cuerpo. Su vaivén sin fin me puso los pelos de punta. 
Los balancines dirigían la mirada a una casa. Miré hacia ella. Unos ojos amarillos se veían en la penumbra. Un grito de una mujer asesinada. Unos pasos hacia mí. Unas manos venosas tocando mi cuerpo y...
Todo acabó. Mi corazón se iba parando lentamente. Fue justo después de oír el sonido de un gatillo. Un cuerpo extraño atravesó mi pecho. Caí al gélido suelo. Un grito a lo lejos fue lo último que pude oír. Era la voz de mi madre diciendo, ahogada en sollozos:

 –¡Mi niña! 
Y las últimas palabras que mis labios pronunciaron a aquella mujer tan querida como era ella.

–Te quiero –susurré.
Pero yo sigo aquí, en ese parque donde dicen que todos los 16 de enero, una madre grita por su hija y unos ojos te miran desde la ventana de aquella casa encantada. Ahí estoy yo. Mi alma sigue aquí. El alma de Sara, Sara Wattson. 
Por siempre estaré recordando aquellas dos palabras ,“Mi niña”. Eso es todo lo que me queda. Adiós mamá. 

Texto: Andrea Fuentes.

19 marzo 2012

Lágrima de sangre.




–Katrin
–¿Si?
–¿Sabes qué día es hoy?
   Atemorizado observo el cielo... presenta un color rojizo y con nubes extrañas.
–¡Miracle! ¡No quiero que ocurra esto!
   Oigo una leve melodía, un ligero susurro en el viento seguido por el sonido armonioso de una flauta... solo puede significar una cosa.
–¡Papá!
–Miracle, ya es el momento.
–...¿dolerá?
–Solo si no eres capaz de intentarlo
   Noto como mis ojos chirrían bruscamente, al ver a la pequeña elevarse junto a ese extraño ser alado.
Antes de que las primeras lágrimas se deslicen por mis ojos, realizo un intento de irme con ella y evitar la tragedia que está a punto de suceder... Roxes y Destello me sujetan.
–¡Katrin! ¿Se puede saber que estás haciendo?
–¡Déjame! –gritó– ¿No ves acaso que mi amada está a punto de desaparecer para siempre?
–Katrin, esta es su misión.
   Me atemorizo cuando su corona vuela y se transforma con lentitud en una espada impactantemente larga. No puedo evitarlo más... unas lágrimas olvidadas caen de mi rostro, acompañados de una de mis últimas súplicas:
–¡No! ¡Debe de haber otro modo! ¡Si tú te marchas nada tendrá sentido!
   Ella ladea su cabeza hacia mí, lo que primero era una sonrisa se vuelve una lágrima de sangre y una expresión de tristeza.
–Estoy lista.
   La enorme espada se acerca velozmente hacia Miracle de modo que consigue atravesarla. Una lluvia de plumas envuelve el colegio, al mismo tiempo que una lluvia de lágrimas caen desde mis ojos.         Destello y Roxes me sueltan para que pueda correr antes de que ella caiga al suelo... Me lanzo al suelo para que caiga sobre mí.
–¿qué... ha...ces?...Katrin
–¡Miracle!, ¿por qué?
–Es...ne...cesario...mi...pue...blo...lo...necesita.
   Dirige su mirada hacia ese ángel.
–...Papá... gracias
–¿Qué?
   Pero si soy yo el que debe dártelas a tí.
–...no es cierto... mi... mayor felicidad ...es... tu sonrisa, ...y al enviarme... para salvar tu mundo.... es lo que... he conseguido... no puedo ser ...más feliz.



Texto: Lidia Frías / Miracle    

18 marzo 2012

Un día inolvidable.




Todos gritaban y cantaban al acabar las clases. Aquel día se acercaba y los profesores iban de un lugar a otro, corriendo por los pasillos.

–¡Por fin!, ¡por fin! –escuchó decir Lucía.

   Ella se preguntaba porqué sus compañeros se estaban comportando de esa forma.
   Cuando no podía aguantarlo más dijo:

–¡¿Alguien me puede explicar que pasa?!

   Se hizo un gran silencio. De pronto el chico de la esquina dijo:

–¡Cómo!, ¿no te acuerdas de que día es mañana?

   Lucía se sentó y empezó a pensar y a pensar, hasta que se dio cuenta: era la fiesta del colegio, la Fiesta de la Alegría. A ella, no le gustaba nada esta fiesta, podría ser por el simple hecho de que su madre le obligara a ir todos los años o porque siempre se sentía sola allí. Todos podían observar que en su cara se deslizaba lentamente una pequeña lágrima cristalina. Nadie se preguntaba porqué le pasaba esto, porqué en vez de alegrarse, lloraba. Al salir de la rampa del colegio se secó las lágrimas y corrió para coger la guagua. Mañana le esperaría un día muy duro.
   A la mañana siguiente, sonó el despertador a las ocho y media, Lucía se levantó lentamente, cuando se encontró de frente a su madre, esta le dijo:

–Date prisa, que se nos hace tarde.

   Abrió el armario y pudo comprobar que en este, no había ni un solo disfraz, así que se puso lo primero que vio. Salieron por la puerta y se dirigieron al colegio. Al llegar Lucía, todos sus compañeros se empezaron a reír y a decir secretitos de cómo iba vestida. Lucía ya no aguantaba más, se fue corriendo y se metió en una pequeña cueva cerca de los jardines; sentía una gran tristeza y vacío interior. Cuando ya no estaban sus compañeros, salió de su escondite y se dirigió a comprar la entrada. Al llegar al lugar donde se celebraba la fiesta comprobó que era tal y como lo recordaba, aquellos colores, aquel olor. Se sentó a comerse una granizada cuando de pronto, una niña pequeña se le acercó; le preguntó cómo se llamaba, pero Lucía no dijo palabra. Le dijo que si quería ser su amiga, pero ella ni se inmutó. Entonces la inocente niña, le cogió de la mano y empezó a jugar con ella. Poco a poco la niña fue entrando en el corazón de Lucía e incluso se reían, pero la tristeza volvió a su rostro al pensar que por una vez que había congeniado bien con alguien, no la iba a volver a ver nunca más.
   Acto seguido se despidió de la niña y se fue a su casa, cenó y se metió en la cama. El lunes se dirigía a su clase cuando de repente oyó su nombre, se giró y vio a aquella niña; la pequeña empezó a correr y se fundieron en un fuerte abrazo, luego las dos se metieron en sus respectivas aulas esperando volver a verse. Pasaron las horas, días y meses y ellas dos cada vez que tocaba la campana volvían a juntarse. Lucia se dio cuenta de varias cosas, pero la más importante fue que aunque muchas veces había pensado que los niños más pequeños no le aportaban cosas y que eran unos pesados, en realidad no era así. Esa niña le había devuelto la alegría a Lucía sin apenas darse cuenta. A partir de ese momento fueron unas amigas inseparables. 

Texto: María Basterra.

16 marzo 2012

Lo siento


Era un día como otro. Estábamos en el colegio.
 −¡Hola Ana!, ¿qué tal estas? –me preguntó.
Le miré y, con una cara que mostraba melancolía y dolor, me fui. Se quedó observando como me marchaba por la entrada principal. Me siguió, lo vi de reojo, giré velozmente en una estrecha calle, Javi seguía pisando cada paso que daba. Al cabo de un tiempo le grité:
−¿Qué quieres?,  ¿por qué me sigues? ¡Déjame en paz!
Estaba asustada, intranquila, empecé a sudar.
Noto que se me está cambiando el color, que me estoy poniendo pálida. Noto que me estoy mareando
−¿Qué te pasa? –exclamó−, ¿qué te he hecho? –cortó todos mis pensamientos.
−¡Nada, te he dicho que me dejes!
No digas nada, no ha pasado nada, no  lo has hecho. 
Corriendo, me fui, el aire me quemaba los pulmones, giré para asegurarme que no me había alcanzado y que lo había perdido. Suspiré aliviada.
Llegué a casa, cerré la puerta de tal manera que rompí el pomo de la puerta.
−Lo siento papá, lo arreglaré –le dije con un soplido de voz.
Sin darme cuenta comenzaron a salir lágrimas de mis ojos. Subí lo más rápido que pude a mi habitación para que mi padre no me preguntase por el terrible error que cometí.
Yo no quería hacerlo, tenía que defenderlo.
Esa noche no pude dormir. Al despertarme cogí de la mochila el maldito objeto que había causado mi desgracia. Mirándolo fijamente, dudaba de lo que iba a hacer con él. Tenía miedo, lo solté, no quería saber nada sobre aquel puntiagudo y afilado recuerdo, lo tiré con fuerza contra el suelo esperando que mis actos se desprendiesen de mi y chocaran con el suelo con tanta potencia que se rompiesen y desapareciesen. El terrible hecho de tener que recordar que le había puesto un cuchillo a ese niño, pero tenía que protegerle, es mi pequeño, no le podía pasar nada.
−Ana, ¿vienes al partido de tu hermano? –preguntó mi padre.
−No, estoy cansada me quedaré aquí.
Al oír las palabras de mi padre: “tu hermano”, no pude evitar llorar. Me tiré a la cama, cerré los ojos, la imagen de lo que pudo haberle pasado hacía que mi respiración se hiciera más intensa, cada vez me costaba mucho más llenar mis pulmones de aire.
Sin mi, él no estaría jugando.
Era demasiado joven para que le maltratasen de esa forma, me entró un cosquilleo de pies a cabeza.
No podía impedir imaginarme la vida sin él. Me calmé sabiendo que aún seguía conmigo.


Texto: Ana Pozo Vinuesa.

15 marzo 2012

Adiós Nerea


Su tiempo se agotaba. Hacía tres meses que su médico le había informado del mal que le carcomía la sangre. Había recibido varios tratamientos pero ninguno había sido eficaz. Su vida era como una luz que se apagaba lentamente. A pesar de todo ella seguía alegre y seguíamos viviendo como una pareja feliz. Nerea era una mujer fuerte y valiente y se esforzaba en parecer optimista y vital. No había perdido el humor y le gustaba bromear constantemente. Ya sabía que esto no duraría mucho y trataba de  vivir cada instante como si fuese el último. Jamás hablábamos de la enfermedad, salvo aquel día, porque teníamos que ir a su revisión médica. Durante todo el camino al hospital no paró de hablar de todo lo que haríamos este verano. El viaje al extranjero y los sitios que visitaríamos. El medico nos comunicó lo que ya nos imaginábamos, que el final estaba cerca. Aun así no perdió la sonrisa durante todo el trayecto de vuelta a casa. Esa noche no quiso cenar y se fue a la cama pronto. Entré en la habitación y la encontré en la cama despierta. Su rostro trasmitía una gran serenidad. Me senté en la cama a su lado. Nerea me sonrió y con voz muy baja me dijo te quiero. Esas fueron sus últimas palabras. Se apoyó lentamente sobre mi pecho y su alma voló al cielo.


Texto: Alejandra González Ruiz.

10 marzo 2012

Primavera








Es de noche, y el agua de la lluvia resbala por los cristales. Me levanto de la silla de madera en la que estaba sentada dejando colgada mi chaqueta amarilla, y me aproximo a la ventana. La toco. Está helada. Diviso en el horizonte un pequeño punto, que después de un tiempo se convierte en un hermoso árbol del que cuelga una manzana roja. Me hace recordar una cosa sucedida hace algún tiempo, pero ahora no tiene importancia. Mi hermano juega a la pelota en el porche con un vecino y nuestro perro Sam. Siempre hace alguna trampa para ganar y no se sabe cómo nadie se da cuenta. Se oye un sonido a lo lejos y mi madre me grita que vaya a abrir la puerta. Me separo unos segundos de aquella ventana y bajo corriendo las escaleras. Miro por la mirilla, no se divisa a nadie. Me voy con cierta y visible tristeza hacia mi cuarto. Mientras subo las escaleras me quedo parada en un escalón y noto algo bajo mi pie, era un chicle que había dejado mi hermano tirado en el suelo.
–Como siempre –digo con un susurro.

Ya nada me importa. Entro en mi cuarto y me quito los zapatos cuidadosamente para no tocar lo que antes pisé y me pongo el pijama. Coloco la ropa en la mesa y quito el cable del enchufe de la televisión. Me acuesto y sueño.
A la mañana siguiente el ruido de un motor me despierta. Me visto, cojo mi bolso y, a continuación, me dirijo al salón. La intuición me hace abrir la puerta. La abro. Miro hacia el suelo y encuentro una carta con una flor, especificando más una prímula, mi flor preferida por excelencia. En la carta se encontraban las siguientes palabras:
Querida Paula:
A veces me pongo a pensar que no existe en el mundo una persona como tú, una persona que en el primer momento en que la conocí, despertó el sentimiento tan hermoso, tan especial, tan maravilloso como el amor, un sentimiento que solo una persona me ha hecho sentir. Porque te recuerdo que tu sonrisa me ilumina el día.
Firmado El chico que te AMA.
PD: Mira hacia el cielo.

Levanto la cabeza, y en un soplo de viento mi pelo se levanta en las distintas direcciones. Con un fino hilo de voz murmuro: Nieve.


Texto: Andrea Fuentes.

09 marzo 2012

Una prímula amarilla









Era el primer día de primavera y yo esperaba ansioso por ver florecer a una prímula amarilla  que había plantado en un parque cercano a mi casa. La delicada planta se encontraba refugiada en el regazo de un imponente olmo que le daba cobijo pero que en las noches de lluvia le permitía refrescarse.
A paso ligero me acercaba hacia mi creación con una manzana entre dientes, pero no conseguía saborear bocado debido a un impactante amanecer que me dejaba con los pelos de punta. Cuando conseguí llegar, me quité la chaqueta y la coloqué con cuidado en la fina hierba para poder descansar sin perderme detalle de cómo se abría la flor que parecía ser la primera de todo un batallón de colores. De pronto, un ladrido incesante me hizo girar la cabeza hacia un arbusto, entrecerré los ojos y pude divisar a un chico de mediana edad, alto y con un pelo castaño claro; por el repetitivo movimiento de sus mandíbulas supuse que masticaba chicle y paseaba a un conjunto de perros de distinta raza y tamaño, llevaba un pequeño bolso que contenía los desperdicios de las mascotas y su cara desprendía desgana. Inmediatamente volví a lo que estaba haciendo, pero los irritantes ladridos no me dejaban disfrutar. Cuando ya no pude aguantar, me levanté firme y me dirigí hacia él, le mostré el cartel de mi derecha, donde claramente se prohibían animales y volví echo chispas, como si me hubiesen conectado a un enchufe.
De pronto llegó el momento y mis nervios se calmaron por la emoción. Pétalo a pétalo, el amarillo se dejaba ver con claridad y en mi cara había una mezcla de alegría y orgullo. Cuando la prímula se terminó de abrir por completo la desenterré con mucho cuidado y corriendo me alejé hacia mi casa. Cogí una maceta vacía y la coloqué en una pequeña mesa al lado de la televisión. Ahora sabía con seguridad que todos los días me despertaría con una sonrisa, porque sería lo primero que vería.

Texto: Elena Pozo Vinuesa (2º de la ESO)

08 marzo 2012

Ella









Su foto se va manchando poco a poco por mis lágrimas, sus plabras retumban en mi cabeza, todavía siento el tacto tibio de sus manos, sin ella las prímulas amarillas abiertas en primavera parecen haber desaparecido para mi, solo quedan las gotas de lluvia en la ventana que parece que no se irán nunca, aún sigo viendo su resplandor amarillo. Me he olvidado de la manzana que puse sobre la mesa, ya no noto su dulce sabor como otras veces, la amargura de mi corazón se lo ha quitado todo. La sujeto en mis manos, su tacto me recuerda tanto al de ella que acabo tirándola con fuerza rompiendo el enchufe de la pared y haciendo una marca. Intentando calmarme enciendo el televisor, pero el sonido de su llanto retumba tanto en mi cabeza que no oigo ningún otro. Hasta me he olvidado de darle de comer a los animales, mi perro debe tener hambre. Recuerdo que en el bolso tenía un paquete de chicles, los cojo y voy comiéndolos uno a uno. Los truenos que se escuchan en el tejado ya no me asustan, en mi mente solo se encuentra el miedo por perderla. Ni siquiera me he cepillado el pelo. De nuevo vuelvo a recordar a ese chico maltratándola... doy un puñetazo al televisor, cojo mi chaqueta y salgo en la fría noche para intentar olvidar.


Texto: Lidia Frías

07 marzo 2012

Mi libro.



La noche se llevará consigo la tormenta y por la mañana la lluvia cesará, pero por mucho que siga viendo la luz del sol al alba, mi tormenta seguirá visitándome noche tras noche.
Y por mucho que sufra ahora, nunca me arrepentiré de haber estado contigo, porque fuiste quien me enseño a ver todo lo que se escondía a mi alrededor, desde la llegada de la primavera y el florecer de las prímulas hasta el color de la música o el sabor de una manzana recién cogida de su árbol.
Ahora, mire donde mire, te veo. Sin embargo, no es el recuerdo de las cosas importantes el que te trae a mi mente, sino las cosas insignificantes a las que me acostumbré a vivir junto a ti.
Sigo en mi mesa de trabajo escribiendo, es lo único en lo que me puedo refugiar. Pero todo lo que escribo tiene la tinta manchada por tu recuerdo, y por mucho que quiero no puedo escribir ningún amor tan real como el que sentí por ti y por el que ahora sufro.
¿Volveré a ser feliz o sólo me queda vivir de la esperanza?
 Aún sonrío cuando veo las mariposas volar o cuando veo un perro corriendo libre en el campo, veo su felicidad en esos momentos y hacen que siga teniendo ganas de vivir y de seguir creyendo que vendrán tiempos mejores. Aún siento el calor del sol, siento cómo me envuelve en una suave caricia y eso me mantiene en pie.
Se que he de quitarme la chaqueta que llevo puesta para seguir a delante, pero aún no estoy preparada, necesito más tiempo para pasar página y continuar escribiendo mi vida.
Y un día, cuando mi pelo se vista de blanco, miraré atrás y sabré que mi vida ha merecido la pena porque has formado parte de ella. Entonces podré coger mi bolso y despedirme, cerrando así mi libro, porque mi libro eres tú.

Texto: Silvia Izquierdo Rufino (4º de la ESO)

06 marzo 2012

Más voces que escuchar.

Bueno, aquí tenemos tres nuevas recomendaciones de voces. Voces de distinto registro. Voces que nos cuentan cuentos dirigidos tanto a públicos más juveniles como a los públicos más adultos.

Podrán escucharlos en nuestra página de voces.

Tenemos en primer lugar a Paola y su cuento del zorro y el cerdito dirigido a los niños de su centro CreeSiendo de Monterrey (México). Te recomiendo que visites la página web de CreeSiendo, un taller juvenil que lleva a cabo una excelente labor formativa.

En segundo lugar les traemos la historia "Rojos y de Tacón Colorao" de la ecuatoriana Ángela Arboleda. Un relato con mucha fuerza expresiva.






Finalmente el filósofo francés más peruano que existe. Se llama Francois Vallaeys y nos contará la curiosa historia de una caca de vaca.








No se pierdan nuestros relatos seleccionados.