Todos gritaban y cantaban al acabar las clases. Aquel día se acercaba y los profesores iban de un lugar a otro, corriendo por los pasillos.
–¡Por fin!, ¡por fin! –escuchó decir Lucía.
Ella se preguntaba porqué sus compañeros se estaban comportando de
esa forma.
Cuando no podía aguantarlo más dijo:
–¡¿Alguien me puede explicar que
pasa?!
–¡Cómo!, ¿no te acuerdas de que día es mañana?
Lucía se sentó y empezó a pensar y a pensar, hasta que se dio cuenta: era la
fiesta del colegio, la Fiesta de la Alegría. A ella, no le gustaba nada esta fiesta, podría ser por el simple hecho de
que su madre le obligara a ir todos los años o porque siempre se sentía sola allí. Todos podían observar que en su cara se
deslizaba lentamente una pequeña lágrima cristalina. Nadie se preguntaba porqué le pasaba esto, porqué en vez de alegrarse, lloraba.
Al salir de la rampa del colegio se secó las lágrimas y corrió para coger la guagua. Mañana le esperaría un día muy duro.
A la mañana siguiente, sonó el despertador a las ocho y
media, Lucía
se levantó
lentamente, cuando se encontró de frente a su madre, esta le dijo:
–Date prisa, que se nos hace tarde.
Abrió el armario y pudo comprobar que en este, no había ni un solo disfraz, así que se puso lo primero que
vio. Salieron por la puerta y se dirigieron al colegio. Al llegar Lucía, todos sus compañeros se empezaron a reír y a decir secretitos de cómo iba vestida. Lucía ya no aguantaba más, se fue corriendo y se metió en una pequeña cueva cerca de los jardines;
sentía
una gran tristeza y vacío interior. Cuando ya no estaban sus compañeros, salió de su escondite y se dirigió a comprar la entrada. Al
llegar al lugar donde se celebraba la fiesta comprobó que era tal y como lo
recordaba, aquellos colores, aquel olor. Se sentó a comerse una granizada
cuando de pronto, una niña pequeña se le acercó; le preguntó cómo se llamaba, pero Lucía no dijo palabra. Le dijo que
si quería
ser su amiga, pero ella ni se inmutó. Entonces la inocente niña, le cogió de la mano y empezó a jugar con ella. Poco a poco
la niña
fue entrando en el corazón de Lucía e incluso se reían, pero la tristeza volvió a su rostro al pensar que por
una vez que había
congeniado bien con alguien, no la iba a volver a ver nunca más.
Acto seguido se despidió de la niña y se fue a su casa, cenó y se metió en la cama. El lunes se dirigía a su clase cuando de repente
oyó
su nombre, se giró
y vio a aquella niña; la pequeña empezó a correr y se fundieron en un fuerte abrazo, luego las dos
se metieron en sus respectivas aulas esperando volver a verse. Pasaron las
horas, días
y meses y ellas dos cada vez que tocaba la campana volvían a juntarse. Lucia se dio
cuenta de varias cosas, pero la más importante fue que aunque muchas veces había pensado que los niños más pequeños no le aportaban cosas y que
eran unos pesados, en realidad no era así. Esa niña le había devuelto la alegría a Lucía sin apenas darse cuenta. A partir de ese momento fueron
unas amigas inseparables.
Texto: María Basterra.
Qué bonito texto has publicado, muy tierno, y lleno de enseñanzas.
ResponderEliminarUn saludo desde mi mar,
Buen trabajo, María. La amistad se esconde detrás de muchas formas, solo hay que saber buscar.
ResponderEliminarMaría sigue escribiendo por favor, has avanzado mucho y se nota que disfrutas haciéndolo. Buen trabajo.
ResponderEliminarHas hecho un gran trabajo en este curso, María. Este texto es muestra de ello, y puedes llegar a escribir aún mejor.
ResponderEliminarNo dejes de hacerlo, sigue adelante.
Enhorabuena, María.
Y gracias, Susana, por tu interpretación del relato, que lo realza.