Su tiempo se agotaba. Hacía tres meses que su médico
le había informado del mal que le carcomía la sangre. Había recibido varios
tratamientos pero ninguno había sido eficaz. Su vida era como una luz que se
apagaba lentamente. A pesar de todo ella seguía alegre y seguíamos viviendo como
una pareja feliz. Nerea era una mujer fuerte y valiente y se esforzaba en
parecer optimista y vital. No había perdido el humor y le gustaba bromear
constantemente. Ya sabía que esto no duraría mucho y trataba de vivir cada instante como si fuese el último. Jamás hablábamos de
la enfermedad, salvo aquel día, porque teníamos que ir a su revisión médica.
Durante todo el camino al hospital no paró de hablar de todo lo
que haríamos este verano. El viaje al extranjero y los sitios que visitaríamos.
El medico nos comunicó lo que ya nos imaginábamos, que el final estaba cerca.
Aun así no perdió la sonrisa durante todo el trayecto de vuelta a casa. Esa
noche no quiso cenar y se fue a la cama pronto. Entré en la habitación y la
encontré en la cama despierta. Su rostro trasmitía una gran serenidad. Me senté
en la cama a su lado. Nerea me sonrió y con voz muy baja me dijo te quiero.
Esas fueron sus últimas palabras. Se apoyó lentamente sobre mi pecho y su alma
voló al cielo.
Texto: Alejandra González Ruiz.
Un canto a la tristeza de un final que se palpa, pero a su vez, la mirada a la ilusión de que lo que queda es bello y lo que se lleva es eterno. Enhorabuena. Buen equilibrio fondo/forma en este ejercicio. No dejes de escribir: Lo haces muy bien
ResponderEliminarEstupendo texto Ale, ejemplo de todo lo que puedes llegar a hacer si sigues escribiendo. No lo dejes.
ResponderEliminarUn relato sensible (que no sensiblero), cargado de emoción y muy bien construido.
ResponderEliminarEnhorabuena, Alejandra. No dejes de escribir.