Estaba todo oscuro.
Aquel lugar era húmedo y a penas corría una brisa. Sentía cómo el frío cortaba
la piel de mis labios. Fui levantándome poco a poco. Estaba descalza, con un
trapo por vestido y comenzaba a sentir el pánico en mis huesos. Presentía que
esto no iba a ser una broma que acabaría en un simple mal recuerdo. El terror
me paralizaba, no notaba parte alguna de mi cuerpo, solo el corazón, que daba
con fuerza sus latidos más angustiosos.
Pasó
mucho tiempo hasta que comencé a ser consciente de lo que a mi al rededor
sucedía. Seguía sin poder ver nada. Como estaba apoyada en una pared supuse que
me encontraba en una habitación. Comencé a caminar arrastrando mis manos sobre
ésta en busca de alguna salida pero mis dedos apenas notaban la presencia de la
pared. Se me ocurrió calentarlos uno por uno en mi boca y volví a recorrer la
habitación en busca de una salida. Esta segunda vez tuve más suerte. Crucé los
dedos de la mano con la que no sujetaba el pomo y giré la otra con la esperanza
de que la puerta se abriera.
Sin
embargo, tras esa puerta no se encontraba lo que yo tanto ansiaba, una
escapatoria. Había entrado en otra habitación y tras mi espalda se desvanecía
la puerta que acababa de cruzar. Me encontraba en un lugar sin fin, el suelo se
extendía bajo mis pies sin encontrar un lugar donde terminar. Ahora estaba
confusa, no comprendía qué estaba pasando y lo único que se me ocurrió era que
todo esto formaba parte de uno de mis sueños, me tumbé y esperé. El tiempo
pasaba y cada vez estaba más segura de que no me despertaría. De repente un
calor abrasador cubrió todo mi cuerpo. Notaba las gotas de sudor descendiendo
por mi rostro. El suelo comenzaba a quemar y cada vez ardía más. Mis pies
descalzos comenzaron a correr para no quemarse. Pronto divisé otra puerta, pero
cada vez que la creía cerca, volvía a ver una distancia inmensa hasta ella. En
un último intento eché a correr sin apenas coger aire y esta vez logré llegar
hasta ella.
Estaba tirada en el suelo, la puerta, tras yo haberla cruzado, se había
desvanecido igual que la otra. Intentaba recuperar el aliento pero la velocidad
a la que iban mis pulmones me impedía coger una bocanada de aire. Mi
corazón latía con tanta fuerza que sentía cómo atravesaba mi pecho con cada
latido. Mis pies carecían de piel y la sangre fluía sobre ellos. Sólo
tenía ganas de terminar con aquel sufrimiento.
Cuando
alcé la mirada, me percaté de que no estaba sola. Contemplé cómo una larga fila
de personas se extendía tras un río. Me levanté y comencé a caminar junto a la
cola. El rostro de esas personas no tenía vida, estaba lleno de tristeza, de
repente todas las miradas se dirigieron a mi.
¡Estaban muertos!
Comenzaron a
señalarme y a gritarme. Me apuntaban con sus dedos putrefactos y consumidos
tras su muerte. Volvía a tener esa sensación de pánico en todo el cuerpo. Uno
de ellos se acercó y me dijo:
–¡Ponte en la cola si tienes dinero, si no, ya puedes ir
acostumbrándote a este mundo!, no todos tienen la suerte que tu has tenido.
Yo
seguía sin entender nada así que le pregunté:
–¿Dónde estoy?
El
hombre se echó a reír bufándose de mi ignorancia:
–Estás en el inframundo. Habías ido
al infierno y te acaban de dar una segunda oportunidad, aprovéchala.
Texto: Silvia Izquierdo