Los rayos de sol
juguetones chocaban en el agua de la fuente. Sus destellos atraían a los niños
que se empapaban en sus dorados reflejos.
Con risas y fiestas inauguraban un paseo
divertido por la plaza. Un paseo entre palomas revoloteando y adoquines que
servían de parapeto a vendedores de globos de colores, golosinas y refrescos.
El murmullo llegaba rebotado, advertía de la
cantidad de transeúntes que deambulaban por allí. Despertaba una esperanza
caritativa a su pobreza.
Era un viejo sucio, roído por el tiempo,
castigado con una oscuridad analfabeta. Custodiado por una lata, colector
tintineante de las pocas monedas que arrojaban aquellos que querían acallar su
conciencia.
Leían de reojo el escueto letrero sembrado de
faltas de ortografía, única decoración de un trozo de cartón arrugado y
desteñido colocado a modo de banderín de reclamo.
—Ten
conpasión, estoi siego. —Decía.
No lograba atraer a nadie, por el contrario, la
frase alteraba semblantes y desviaba direcciones.
El ciego indigente podía oír el desagrado de
las madres, la ignorancia del rico, el desprecio del intolerante. Podía palpar
la desgana de la incomprensión, la falta de delicadeza del vanidoso, la
inseguridad del desconfiado. Incluso olía la sonrisa de la ofensa y degustaba
la humillación del obsceno.
Hastiado, pasaban las horas. Dormitando
esperaba algún tintineo de alivio. El día solo regalaba ruidos de vidas ajenas
que ignoraban su presencia.
Unos pasos cada vez más altos. El sonido era
tan diferente que tensionó al
viejo vagabundo. Parecía increíble que alguien quisiera acercarse.
Sonaban a zapatos nuevos, a generosidad
peinada, a niño educado con sonrisa cómplice. Olían a perfume trajeado, a
maletín de humildad. Traían calor humano y cordiales manos acogedoras.
El sonido se intensificó tanto que casi lo
podía tocar. Intentaba captar hacia donde se dirigían esos pies. Alargó la mano
y comprobó que estaban parados delante de su mugriento rincón.
En un impulso por conocer, empezó a acariciar
los zapatos de príncipe de cuentos, pies camuflados de esperanza, rogando con
sus caricias un minuto de atención.
El hombre rozó la cara del vagabundo, se agachó
despacio para no asustar, cogió el letrero, lo giró y, con su pluma de niño
rico, empezó a escribir unas letras mudas, palabras que el viejo intentaba
adivinar sólo por el sonido de los trazos. Volvió a colocarlo en su lugar, sin
más explicación, regalándole unas palmadas en el hombro, un gesto amable de
despedida para alguien que no recibía nunca recompensas altruistas.
Mientras los pasos se alejaban, un tintineo lo
devolvió a su realidad, le siguió otro y luego otro. Nunca antes esa lata
abollada había tamborileado tanto. La gente paraba, leía y echaba moneda tras
moneda. Los pocos céntimos que antes se colaban con desgana en un hueco
oxidado, se convertían en monedas chocando unas con otras, amortiguadas por
algún que otro billete encajado cuidadosamente.
El viejo giraba su cabeza de un lado a otro
incrédulo. ¿Qué había hecho ese hombre para que su suerte cambiara? ¿Qué clase
de milagro obró para que el resto del mundo se fijara en su necesidad?
Terminó la jornada y el viejo recogía absorto
el dinero. Demasiada recompensa para un solo día. Reía como loco.
Reconoció de nuevo sus pisadas, el roce de
aquellas manos amables le sacaron de su delirio. Dirigió su negra mirada hacia
el rostro sin forma y preguntó con un ruego:
—¿Qué has hecho para que todo se haya vuelto
luz en esta oscuridad, buen hombre? ¿Qué has escrito en el letrero?
—Nada nuevo —le dijo el desconocido—. Lo mismo
que tenía pero con otras palabras.
El viejo, con lágrimas en sus oscuros ojos, intentaba
agradecer lo recibido. Apretándole las manos quería pagar lo impagable.
Pensando en la fuerza que pueden llegar a tener
las palabras, el joven se alejaba con sonrisa delatadora y paso satisfecho.
Una simple frase cambió el rumbo de la
indiferencia.
—Hoy es un hermoso día y yo no puedo verlo.
Letras: Inma Vinuesa.
Voz: Susana Santamarina
Susana es un placer escucharte mientras lees el texto, haces que nos imprimamos de cada palabra. Un texto que intenta enfatizar el poder de la palabra, cómo puede cambiar actitudes, el poder de la palabra escrita y hablada.
ResponderEliminarGracias Ana por el trabajo que has hecho con la voz y la música.
Un magnífico texto y una magnífica interpretación.
ResponderEliminarLa palabra y la voz en perfecta simbiosis.
Es un placer y una suerte poder contribuir con un pequeño granito a esta obra.
Es increíble como las voces dan sentido a las letras, y como las letras pueden cambiar una historia. Los que poco a poco nos sumergimos en el mundo de la literatura, no dejamos de sorprendernos ningún día. Esa es la magia de este espacio. Gracias a Inma por la excelente cadena de palabras, gracias Susana por poner sonido y sobre todo ALMA al texto y gracias a ti Ana por empastar todo en una auténtica sinfonía literaria.
ResponderEliminarEnhorabuena a la palabra y a la voz que se dan la mano para contar con buena letra y dulce voz una historia que conmueve.
ResponderEliminarPD: Lo que realmente no me conmueve nada es la letra que han puesto a los comentarios. ¡Ciego me voy a quedar yo!
Gracias querido seguidor, Marcos. Te hemos hecho caso. Ya no perderás más dioptrías leyendo los comentarios porque hemos cambiado la letra. Un abrazo y encantados de tenerte por aquí.
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